Samuel C. Figueras

De huellas e identidades manriqueñas

Manrique ha muerto, es una evidencia. Ni ha desaparecido su espíritu, ni su obra, y su pensamiento parece más actual que nunca. Supervivencia, se llama. Lo que aquel anunció y que nosotros apenas vislumbramos, pues seguimos con la dinámica desarrollista y mercantilista que nos viene caracterizando. Con la perspectiva que da el tiempo, no cabe duda de que se adelantó en su discurso sobre el territorio, y lo hizo en el momento en que nadie percibió peligro alguno.

Hacer una obra de Manrique sin Manrique no parece una aspiración ni medio normal, y eso lo sabe hasta la Fundación, sobre la que el artista depositó toda su confianza y su patrimonio. La FCM no ha tenido, en estos casi treinta años de su desaparición, la tentación de hacer manriques sino de imbuir aquel espíritu en las intervenciones en la isla, poniendo el énfasis en la naturaleza y en una respetuosa forma de hacer.

Cuando desde el Ayuntamiento de Arrecife y luego desde el Cabildo de Lanzarote parecen reclamarse “manriques” en el Islote de Fermina y en el aeropuerto de Lanzarote, estamos ante unas peticiones bondadosas de la alcaldesa y de la presidenta, que no sé si tienen muy claro que existen criterios para intervenir en el territorio sin que ello suponga copiar al artista, ni tener la tentación de reproducir nada de lo que aquel hizo, ni tan siquiera su estética. Replicar la identidad manriqueña en el aeropuerto de Lanzarote parece una aspiración poco ajustada a lo que debiera ser, pues quien conoció la antigua terminal intervenida por el artista o ha visto las filmaciones de la época saben que hablamos de una pequeña instalación, con un tratamiento muy personal para un recinto aeroportuario, imposible de replicar en las instalaciones actuales. Digo imposible por decir algo, porque lo que realmente quiero decir es que no parece adecuado entrar en los falsos manriques para acallar la conciencia de quienes están en lo público pero que podrían estar en cualquier otro sitio, tal es la falta de criterio y de instrucción, de ellas o de quienes les asesoran.

Entiendo que hay que interpretar las claves de Manrique, su forma de mirar, y lo que sustentaba su forma de hacer, pero eso dista mucho de hacer un aeropuerto blanco y verde con lonas en los techos -y espero equivocarme si he interpretado eso-. Un aeropuerto sostenible, con un tratamiento singular, con la mayor calidad en las instalaciones y los guiños necesarios a la naturaleza y que esperaría que nada tuvieran que ver con determinadas soluciones pasadas ni existentes en la actualidad y con algunas imágenes fotográficas manifiestamente mejorables.

La huella de Manrique no debiera ser material, pues el asunto que tratamos es saber cómo debemos intervenir. Tampoco deberíamos tener la tentación de las réplicas que no serían más que pastiches irrespetuosos a la memoria del artista, poca consideración a la isla, y menosprecio a la inteligencia de sus habitantes y visitantes.

Y no sólo estamos con lo del aeropuerto, sino que debiéramos tratar de la deficiente gestión del territorio por parte de los ayuntamientos y el Cabildo. Es por ahí por dónde empezaría. Por cierto, ¿alguien recuerda alguna experiencia notable vinculada a un gran aeropuerto del mundo? La experiencia debiera ser el destino, y este está dejando mucho que desear.

Le recuerdo a la presidenta del Cabildo que “unas instalaciones compatibles con el modelo de desarrollo de Lanzarote” -no ha dicho sostenible- pasaría por llenar la terminal de escombros, y de feismo al más puro estilo arquitectónico imperante en las las últimas décadas. Y de poca vigilancia.

¿Qué tal un concurso de ideas abierto para personalizar nuestras terminales aeroportuarias y otro para la intervención y tratamiento de los descuidados jardines exteriores? Con la teoría de Manrique, sólo con su ideario, porque su estética es suya. Y tomar las riendas, de una vez por todas, de la isla que se les escabulle como arena entre los dedos. Como el jable que sale en camiones, pero entre los dedos de nuestros dirigentes.

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