CULTURA

Vicente Corujo: “Viendo la madera ya sé cómo va a sonar el timple”

Vicente fabrica solo una docena de timples al año en su casa de La Vegueta: adapta la construcción a la manera de tocar del timplista, “pensando en la persona” que le encarga el instrumento

Vicente, en su taller de La Vegueta. Foto: Gerson Díaz.
Saúl García 0 COMENTARIOS 19/01/2020 - 07:48

Dice Vicente Corujo que no es luthier sino timplero porque luthier es una palabra que se deriva de los constructores de laúdes. Así que Vicente dice que cuando hace una guitarra es guitarrero y cuando hace un timple es timplero. Y la mayor parte del tiempo, Vicente es timplero. No hace muchos, una docena al año, pero los hace a conciencia en su taller, que también es su casa, de La Vegueta.

Que Vicente se dedique a la música no es extraño. Los Corujo aglutinan todos los procesos musicales. “Miraba los timples de mi padre y me preguntaba cómo se hacían, no conseguía entenderlo”, asegura. Su hermano Toñín asistía a clases con el maestro Juan Lemes y él, que era más chico, quería ir, pero no le llevaban. “Nunca vine”. Dice ‘vine’ y no ‘fui’ porque desde hace quince años vive al lado de la casa de Lemes, que falleció en 2014.

Lemes, a su vez, era discípulo de Simón Morales, al que se puede considerar el padre del timple, el Stradivarius del folclore canario. Morales, que era carpintero de ribera, fue el primer constructor de timples de madera, porque hasta entonces se hacían de calabaza. Esa doble condición hace que los timples, con su jorobita, tengan una estructura similar a la de los barcos.

“Era un verdadero artista”, señala Vicente, que dice que creó una escuela de artesanía, aunque en realidad no dejaba entrar a nadie en su taller y no enseñó a nadie cómo se hacían. “Hasta hace poco se guardaba mucho el secreto”.

Hasta llegar a ese taller de La Vegueta y a sus timples, Vicente dio muchas vueltas. Primero estuvo de barbero con su padre. Mientras tanto, asistía a clases de violín, junto con su hermano Domingo y su tío Florián. Un día, el profesor le dejó el violín para que lo arreglara. Y lo hizo. “El profesor vio que me gustaba y me dio una carta de recomendación para ir de aprendiz a casa Parramón, en Barcelona, pero aquello estaba medio cerrado”, recuerda.

Lo que sí encontró fue un manual de fabricación de Pinto Comas en una tienda en la Rambla. Después fue a Sevilla con el maestro Chacón, que le admitió. Luego volvió a Barcelona, después a Francia, a Nantes, Poitieres y Cognac, e incluso pasó por L’Atelier Pappalardo en París. De vuelta en Canarias, primero, estuvo en Arucas, después en La Palma y, finalmente, en La Vegueta.

El primer secreto de un buen timple es la madera. “Viéndola, ya sé cómo va a sonar el timple”. Viendo y tocando, porque Vicente se acerca la madera al oído y le da unos golpes con los dedos. Así busca el sonido, mientras que la afinación es más compleja, requiere de una fórmula matemática, a no ser que uno nazca con oído absoluto, como Perico, que trabajaba con el padre de Vicente y marcaba los trastes para el afinado.

Asegura que en un timple hay que ser muy preciso porque la cuerda es más corta. La tendencia, ahora, se ha invertido. Después de unos años haciendo los timples más grandes, ahora vuelven a decrecer: “Máximo 43 centímetros de tiro porque si no, es tanta la tensión que la tapa se deforma”.

Algunos de los mejores timples eran de madera de moral. No se desgastaban fácilmente, daban buen resultado y el agudo era más estridente, que era lo que se buscaba porque el timple, en las agrupaciones, estaba el solo frente a quince o veinte  guitarras.

Algunas de las maderas de sus timples son recicladas, de muebles viejos, otras de los dinteles de las puertas, incluso de su casa. Usa moral de Vallebrón, palisandro de la India o Madagascar, cedro, pino, abeto, barbusano o encina y las colas que usa están hechas con piel o huesos de conejo. Le gusta ir a comprar las maderas a Madrid o a Valencia, no que se las envíen, y palparlas.

“El timple no ha salido, como el ukelele, en ‘Con faldas y a lo loco’, pero aquí seguimos, sin faldas y no tan a lo loco”, asegura: “El instrumento sigue su cauce”

Para la calidad de la madera es relevante el lugar donde está el árbol, si recibe viento, más o menos sol o hasta dónde crece… Antes, cuenta Vicente, los constructores de violines cortaban el árbol ellos mismos.

Ahora hace varios timples al mismo tiempo. Antes los hacía de uno en uno. Los hace a medida y adapta la construcción a la manera de tocar del timplista y a sus necesidades. “Pienso en la persona que me encarga el instrumento”. Está haciendo un timple para su padre y los ha hecho para su hermano, pero también para Pedro Izquierdo, Beselch Rodríguez, Germán López o Domingo El Colorao. Para todos menos para sí mismo. Tiene timples, pero ninguno hecho por él.

Dice que sus timples se reconocen, no solo por cómo están hechos, sino por cómo suenan. Desde que el timple se ha introducido en la escuela y existe una Red de centros pioneros en la enseñanza del timple, hay un listado de constructores en el Gobierno de Canarias, pero dice que no se ha apuntado porque tienen un precio máximo y él, con el tiempo que tarda, no los puede vender tan baratos: “Yo los voy a hacer bien igualmente”.

Tarda más en el barniz y el lijado que en construir el timple. “Con el barniz se pueden crear nebulosas y luego cuesta más de seguir haciendo”. Dice que a los instrumentos también les afecta el cambio de tiempo, la humedad, que los instrumentos se quedan sordos si hay mucha humedad. “Un día se pueden quedar sordos y no suenan bien”. Hay que dejarlos en reposo porque la madera, al fin y al cabo, “sigue estando viva”.

Últimamente ha aumentado el número de constructores de timples pero siguen haciendo falta artesanos. Cita algunos buenos, de entre los veteranos, como Jesús Machín en Gran Canaria o Antonio Lemes en Teguise. En la Villa, además, está el Museo del timple, y precisamente en otro museo, el de instrumentos musicales de Bruselas, duerme desde hace unos meses uno de sus timples. “Está bien, pero yo prefiero hacerlos para que los toquen”, dice.

Por ejemplo, uno de sus timples sonó en un disco del cantante uruguayo Jorge Drexler. “El timple no ha salido, como el ukelele, en Con faldas y a lo loco, pero aquí seguimos, sin faldas y no tan a lo loco”, asegura Vicente: “El instrumento sigue su cauce”.

El taller, en imágenes

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