CULTURA

Veinte años sin el cineasta Pedro Paz: el coraje de convertir la vida en arte

Cuadros de Carlos Matallana. Fotografías de Carmela García. Decoración del diseñador de vestuario Paco Delgado. Ayuda en la dirección de Icíar Bollaín. Los cortos de Pedro Paz son una reunión de talento, inteligencia y sensibilidad

Pedro Paz posa con el premio Fotogramas de Plata al mejor cortometraje por Miranda hacia atrás. Foto de Fotogramas / Hearst España.
M.J. Tabar 0 COMENTARIOS 05/01/2020 - 09:07

Cuando todavía no existían las escuelas de cine en España, un joven conejero se aventuró a marcharse a Madrid, determinado a contar historias en 35 milímetros. Consiguió mucho más que eso. Además de hacer carrera en el cine profesional con sus dos primeras películas, fue el “ayudante favorito” de Pedro Almodóvar, coordinó desfiles de Sybilla en tres continentes y encarnó al rey Herodes en el Centro Pompidou de París el día de su cumpleaños.

También devoró películas, libros, cuadros, discos y buena gastronomía. Estudió filosofía. Convirtió la vida en arte y el arte en vida. Usó la ironía y la mala leche como armas de construcción masiva. Entregó cariño y derrochó encanto con intensidad. Ejerció su libertad y construyó su propio criterio.

Su historia fue de este mundo pero su personalidad no tanto. Pedro Paz (Lanzarote, 1963 - Barcelona, 1999) fue tan fascinante que parece escrito por Julio Verne. Revolucionó sin mucho pretenderlo todo lo que encontró al alcance de su poderosa onda expansiva. Veinte años después de su repentino fallecimiento, sigue muy presente en los interiores de la gente que lo quiso.

El pasado 1 de noviembre hubiese cumplido 56 años. Quién sabe qué más podría haber contado al mundo si su vida no se hubiera truncado con 35 años, de repente, la víspera del preestreno de Todo sobre mi madre, su último trabajo y el que se convertiría en la primera película española en ganar un Óscar y un Globo de Oro.

Cine, artes plásticas, moda, diseño, música, danza, gastronomía… Exploró todas las artes con sed de travesía sahariana. “Leía mucho y veía todo lo que cayera en sus manos”, recuerda su hermana Natalia. Desde Ingmar Bergman hasta Tim Burton, de Sartre a revistas de moda. Todo. “Era una enciclopedia. Tenía una memoria asombrosa, retenía datos, títulos, nombres… Era un gran conversador”, añade su hermana Soraya.

Pedro cambió de instituto, del Agustín Espinosa al Blas Cabrera, para acabar el Bachillerato en horario nocturno y tener más día para disfrutar. El Almacén se convirtió en el patio de sus recreos, en la prolongación de aquella azotea suya llena de cintas VHS. Allí veía obras de artistas internacionales y se sentaba en el suelo enmoquetado de la librería Agustín Espinosa para hojear libros de arte, cine y fotografía. Tenían, él y sus amigos, 15 años y poco dinero para comprar, cosa que preocupaba al encargado, pero muy poco a Manrique: “Déjalos, yo prefiero que miren y se empapen”.

Pedro Paz llegó a declarar que la sala Buñuel había sido “la única escuela de cine a la que había asistido”. Su territorio se extendía también al cine Díaz Pérez y al Costa Azul. Allí se alimentó por primera vez de Visconti, Bertolucci y Goddard.

Con esta corriente continua y electrizante de referentes, surgió de manera natural un movimiento moderno en el Lanzarote de los años 80 -la movida conejera- del que Pedro Paz fue un exponente maravilloso. “Fue un no parar. Llegaba el fin de semana y aquello era transformacion y color”, recuerdan las hermanas Paz. Había que expresarse por los cuatro costados. La vida estaba hecha para vivirla y para bailarla. Y Pedro Paz lo hacía a todas horas: viendo arte contemporáneo en la galería El Aljibe o bailando en la discoteca Cueva Blanca con un par de cuervos cosidos a los hombros.


Carmela García, Fisco Matallana y Pedro Paz. Foto: Carlos Matallana. 

“Hacer lo que nos sale de dentro”

El verano de 1982 estuvo marcado por un grupo de chavales que no podían pararse quietos y que no por casualidad hoy son profesionales del arte y la cultura. En aquellos días efervescentes surgió Cesaguely y sus músicos, un grupo tan divertido como fugaz, que hizo del antiguo pub La Fábrica su local de ensayo.

Allí ensayaban, veían pelis y escribían letras de canciones para su nuevo experimento musical. “Recuerdo a Pedro y a Román [Cabrera] en una esquina del local, muertos de risa, escribiendo por detrás de la platina de Kruger”, relata Guely Robayna, profesora de Filosofía, amiga de Pedro y cantante de aquella locura. Así nacieron hits como El helado de chorizo de Chacón o Quise ser un camionero.

Pedro Paz diseñó las coreografías y el vestuario de los bailarines de la banda usando bolsas de basura y collares de pinchos. “Nos movilizó para que fuésemos al concierto con el pelo pintado con témperas. Le fascinaba lo underground de la moda. Le encantaba disfrutar con el conocimiento de todas las expresiones artísticas”, añade Guely. 

El concierto en el antiguo Parque Islas Canarias, diseñado por Manrique y destrozado en 2002 por el Ayuntamiento de Arrecife, fue una puesta en escena para decir “aquí estamos”, “vamos a vestirnos como queremos y a cantar lo que nos dé la gana”, “vamos a hacer lo que nos sale de dentro”. Un espíritu que Pedro conservaría toda la vida.


Cesaguely y sus músicos en 1982.

El fotógrafo y pintor Carlos Matallana recuerda bien el día que lo conoció. Estaban en Caleta de Famara y aquel muchacho jovial y desinhibido tendría 13 o 14 años. “Era la bomba. A esa edad sabía ya mucho y tenía mucha labia, mucha cultura”. Tenía también un físico despampanante: ojos azules verdosos, altura inmensa y buena corpulencia. Era un grande por dentro y por fuera. Aquel día, Pedro les regaló un divertidísimo show cantando a la Jurado.

“Cuando los chiquillos de Arrecife le gritaban maricón, él se viraba para atrás y no se cortaba un pelo. No admitía que lo desprestigiaran y defendía muy bien su homosexualidad. Era muy valiente, una buena persona, un tío honesto con el que daba gusto estar”, añade Carlos. 

Su desparpajo y sus inquietudes convivieron felizmente con su carácter hogareño y familiar. Adoraba a su familia. Le fascinaba tanto la cultura popular como el arte más transgresor. “Fuimos muy amigos, los mejores amigos, los mejores años”, cuenta la fotógrafa Carmela García. Juntos cambiaron su mirada respecto a la vida y al arte. Pedro “era hipersocial”, una especie de Plauto romano, un orador hipnótico y atrevido que siempre estaba rodeado de gente escuchando sus historias.

Cuando abrieron los primeros videoclubs Pedro se entregaba a maratones de películas que duraban días enteros y que muchas veces compartía con la galerista Luz López. “Me propuso que le diera clases de filosofía y eso nos permitió intimar más”, recuerda la propietaria de Enmala. Desayunaban en la cafetería Brasilia, recorrían la marina de Arrecife y frecuentaban el Castillo de San José y la punta del muelle Chico. Por la noche buscaban cualquier coordenada del mapa que ofreciera música y diversión. Se movían en autostop, casi siempre eran los últimos en irse de las fiestas y sus noches se fundían con los amaneceres en Papagayo y en Famara.

‘El Charles Laughton canario’

Muchos recuerdan a Pedro Paz con el pelo azul o naranja, vestido de negro, con los ojos maquillados, un anillo con un ojo y un abrigo recto y abotonado hasta el suelo. “Eran los modernos. Un mundo nuevo que despertaba inquietudes y daba perspectiva, que te hacía ver lo aburrido y anodino que era el mundo convencional”, dice el escritor Pepe Betancort.

“A mediados de los 80 estudiar cine era poco menos que un sueño inalcanzable”, explica Marco Arrocha, programador de la Muestra de Cine de Lanzarote y cinéfilo irredento. Quien perseguía ese sueño tenía que desplazarse a la península y matricularse en la especialidad de Imagen, porque tampoco existían escuelas de cine propiamente dichas. “Era una prueba que solo estaba al alcance de gente con la personalidad arrolladora de Pedro Paz”.

Con 19 años, Pedro se marchó a Madrid y empezó a estudiar Ciencias de la Información. Lo dejó muy pronto para matricularse en la escuela TAI, un centro pionero en la enseñanza de artes en España. Allí coincidió con el realizador canario Javier Caldas, que le llamaba El Charles Laughton canario y fue ayudante de dirección en un corto protagonizado por Pedro, en el que interpretaba a un extravagante duende rojo y azul. Una década después, compitieron como directores en varios festivales. Se pasaban el día viendo cortos, tomando cervezas y hablando de futuros proyectos.


Carlos Matallana y Pedro Paz de amanecida en San Ginés. Foto: Carmela García.

“Era un personaje carismático y una persona muy noble y leal con sus amigos -recuerda Caldas-. Ambos éramos unos enamorados del cine expresionista y de terror, compartíamos también un punto friki de pasión por las series de los 60 como Embrujada y La familia Monster”. Años después, Caldas le llamó para que interpretase al faycán de su ópera prima La isla del infierno.

En el Madrid todavía tardofranquista y brutalmente convencional, Pedro Paz era luz. Había gente que se cambiaba de acera cuando lo veía venir y fotógrafos como Álvaro Villarubia o Miguel Trillo, que insistían en hacerle un book, hechizados por su físico y su personalidad.

Siempre supo rodearse de gente con talento y conoció bien al universo de artistas que surgió de la movida: Almodóvar, Alaska, Juan Gatti… Su carrera durante los años 80 y 90 fue intensísima. En 1984 participó como actor en la película Muñecas de Trapo, de Jordi Grau. Se formó y tres años después rodó su primer corto, Juana de Arco, y empezó a trabajar como responsable de imagen de la diseñadora Sybilla, que en 2015 obtuvo el Premio Nacional de Moda. Coordinó sus desfiles en Madrid, París, Milán, Nueva York y Tokio. Compartió con ella vacaciones en Lanzarote y aprovecharon para hacer el catálogo de la marca en el imponente paisaje lanzaroteño.

En 1993, el periódico El País le preguntaba a Pedro su opinión sobre las top models: “Sólo salvo a Linda Evangelista y Christy Turlington, que son capaces de adaptarse a cualquier diseñador. Pero el resto me parecen replicantes: todas iguales”, respondió.

Durante estos años también colaboró con los diseñadores Antonio Alvarado y René Zamudio. En 1994 y en 1996 trabajó como jefe de producción de la compañía de Blanca Lí, actual directora de Teatros del Canal, recorriendo Europa con los espectáculos Nana et Lila y Salomé.

‘Mejor no hables’

“Hizo dos cortos en unos años en los que era mucho más difícil y precario producir obras cinematográficas que cumpliesen unos estándares de calidad”, señala Luis Roca, escritor especialista en cinematografía. “Creo que Pedro representaba muy bien el espíritu libre de la isla de Lanzarote”.

Su carrera era imparable. En 1997 fue ayudante de producción en ‘Insomnio’ con Chus Gutiérrez, repitió como ayudante de Almodóvar en ‘Carne Trémula’ y recogió el prestigioso premio Fotogramas de Plata de manos de Santiago Segura, por su cortometraje ‘Miranda hacia atrás’

Mejor no hables, un corto protagonizado por una vampiresa interpretada por Rossy de Palma, se proyectó en 140 festivales y logró premios tan importantes como el del Festival Internacional Cinema Jove de Valencia, el Festival de Alfaz del Pi y el premio Canal + Internacional. “He tratado un tema tan saturado cinematográficamente como el SIDA desde el sentido del humor”, explicaba Pedro a la prensa. “Lo que no consiguieron en quinientos años ni cruces ni estacas ni collares de ajo, lo ha hecho la terrible plaga del siglo XX”, decía la sinopsis de la obra, disponible en el canal de YouTube de su productora Chus Gutiérrez.

En 1995 Pedro participó en el documental Sexo Oral en el que Chus Gutiérrez sentó delante de la cámara a varios amigos para hablar sobre sexualidad. “En Canarias eso no se cuenta, eso se descubre”, decía el creador lanzaroteño. El mismo año trabajó como ayudante de su admirado Pedro Almodóvar en La flor de mi secreto y dirigió el videoclip Warning rain de la banda sueca On.


Fotograma del corto Miranda hacia atrás.

Su carrera era imparable. En 1997 fue ayudante de producción en Insomnio, de Chus Gutiérrez, repitió como ayudante de Pedro Almodóvar en Carne Trémula y dirigió su segundo cortometraje, Miranda hacia atrás, una comedia fantástica protagonizada por una joven pareja burguesa. El corto logró uno de los premios más prestigiosos del cine español: el Fotogramas de Plata, que Pedro recogió de las manos de un joven Santiago Segura.

Cuadros de Carlos Matallana y Víctor Ramos. Una nevera aliñada con imanes y postales del Teide y de las Montañas del Fuego. Fotografías de la artista Carmela García. Decoración de su amigo de infancia, el diseñador de vestuario Paco Delgado. Ayuda en la dirección de Icíar Bollaín. Los dos cortometrajes de Pedro Paz son una reunión de talento, un ejemplo de trabajo colectivo y una buena muestra de la inteligencia, la sensibilidad y el sentido del humor que manejaba el cineasta lanzaroteño. El escritor y periodista cultural Eduardo García Rojas le conoció una noche loca, después de un estreno. “Tenía una presencia imponente, pero cuando hablabas con él veías que era delicioso, un pedazo de pan, el tipo de persona que es como si la hubieras conocido toda la vida. Te divertías mucho y te entregabas a él. Era chispeante y tenía una gran capacidad de comunicación”, recuerda.

Sus dos cortos tienen tintes almodovarianos, como los tenían también las obras de los cineastas canarios Dunia Ayaso y Félix Sabroso. Su frescura y su desparpajo también  impregnaron algunos personajes del consagrado realizador manchego. En más de una ocasión, la actriz Antonia San Juan se ha referido a Pedro Paz como su “mentor”, la persona que apostó por ella y le dijo a Almodóvar que era perfecta para encarnar a la inolvidable Agrado de Todo sobre mi madre.


Ataviado como un faycan para el rodaje de La isla del infierno.

‘La Señal’ y las becas Pedro Paz

Pedro tenía un parte íntima, compleja y “muy reservada” que le costaba visibilizar incluso con sus amigos. “Creo que ahí radicaba su poder creativo”, opina Carmela García, que cita a Rumi, un poeta persa del siglo XIII: “La luz entra por la herida”.

Aquella introspección se acentuó en los años 90. Pedro era el de siempre, pero algunos de sus amigos lo percibieron más enigmático y pensativo. Tras el rodaje de Todo sobre mi madre, empezó a escribir el guión de su primer largometraje y le propuso a Luz López hacerlo juntos. “Empezamos a escribir en Mácher, en una casa antigua en la que nos encerramos tres semanas”, recuerda. Después de darle muchas vueltas, a caballo entre Tenerife, Lanzarote y Barcelona, terminaron La Señal.

“Era una historia muy en su línea gótica, con una estética a lo Tim Burton. Tenía muy buena pinta”, dice Javi Caldas, que recuerda el entusiasmo con el que Pedro se lo comentó una noche en La Gloria, un local de moda en Madrid. “El cine era su vida”, coinciden sus amigos.  A Pedro no le dio tiempo a rodar aquel primer largometraje: falleció el 2 de abril de 1999, dejando una conmoción directamente proporcional a su destacada presencia en la vida.

“Su carrera quedó truncada y fue muy duro para todos. Movía mucha gente a su alrededor. Su energía se abría tanto y con tantas personas…”, recuerda Carmela.

La Señal permanece hoy guardada en un cajón. Puede que permanezca inédita para siempre o que alguien tenga el valor y el apoyo familiar para llevarla al cine. Juan José Romero, Mario Alberto Perdomo y Gorgonio Martín escribieron sobre Pedro Paz en medios locales. Muchos se hicieron eco de su obra y de su desaparición. En Lanzarote, se celebró un homenaje y durante unos años la Muestra de Cine de Primavera llevó su nombre.


Retrato del cineasta Pedro Paz. Foto: Editorial Lancelot.

El pasado 2 de noviembre, otra cita cinematográfica, la Muestra de Cine de Lanzarote, organizó un nuevo homenaje a Pedro Paz en el veinte aniversario de su fallecimiento. La sala se llenó para ver de nuevo sus dos cortometrajes y varias obras rodadas por alumnos de la Escuela Pancho Lasso.

Los amigos que no pudieron asistir enviaron un vídeo. Lo hizo Pedro Almodóvar, recordándolo como su “mejor ayudante”. También el nominado al Oscar al mejor diseño de vestuario Paco Delgado, amigo íntimo de Pedro desde los cuatro años y al que todavía le resulta “muy difícil” hablar de él. “Mucho de lo que hago ahora en mi trabajo se lo debo a él”, dijo emocionado.

La cineasta Chus Gutiérrez también le dirigió unas palabras al propio Pedro: “Muchas veces pienso en ti. En momentos absurdos de repente apareces, con tu carácter, con tu risa, con tu ironía, con tu mala leche”. Rossy de Palma también se sumó al encuentro: “Es muy duro hablar de él. Es un duelo que no se acaba nunca porque Pedro nos sigue haciendo mucha falta”.

Del homenaje muchos sacaron en claro que hay que hacer un documental sobre el cineasta y que deberían instituirse unas becas con su nombre “para que estudiantes conejeros puedan irse fuera a hacer oficios artísticos”, dice Marco Arrocha.

Al talento y a la complejidad de aquel inmenso Pedro Paz hay que añadir otra conquista: la decisión de perseguir un sueño, de atender una necesidad vital como merece y de llevar la contraria a un mundo que se ríe cada vez más de las utopías.

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