ENTREVISTA

Pepe Naranjo: “Me siento en deuda con la otra realidad de África y sacar esas historias es mi forma de hacerle justicia”

Periodista y autor del libro ‘El río que desafía al desierto’

Pepe Naranjo es el primer galardonado con el Premio Saliou Traoré de Periodismo en español sobre África, de la Agencia Efe.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 19/11/2019 - 07:21

Tras años viajando a África para hacer reportajes, Pepe Naranjo decidió, en 2011, mudarse allí para contar desde el terreno la realidad del continente. Lleva ocho años batallando para que las historias de África tengan un hueco en la agenda de los medios de comunicación.

Cada cierto tiempo, regresa a Canarias para dar conferencias, cursos o recibir galardones como el Premio Canarias de Comunicación 2016; la Cruz de la Orden del Mérito Civil, que otorga el Ministerio de Exteriores, en 2019; o el primer Premio Saliou Traoré de Periodismo en español sobre África, de la Agencia Efe, que ha recibido por las crónicas incluidas en su libro El río que desafía al desierto, compuesto por 50 textos publicados con anterioridad en el periódico La Provincia.

Una de las primeras presentaciones del libro ha sido en Periplo, el festival de literatura de viajes y aventuras de Puerto de la Cruz, en Tenerife.

-Durante todos estos años en África ha cubierto guerras, epidemias o el fenómeno migratorio, ¿Qué le lleva a cambiar de registro y centrarse en contar historias cotidianas del continente?

-Me empiezo a interesar en África por el fenómeno migratorio. Es el que me hace dar el salto y luego asentarme allí. Desde hace mucho tiempo, estoy empeñado en contar otras realidades del continente. La marea informativa me lleva a cubrir guerras, epidemias, golpes de estado o hambrunas, pero, desde hace tiempo, trato de encontrar espacios para otras historias en la prensa generalista y en otros ámbitos como la radio, blogs o revistas en las que colaboro. Me siento personalmente en deuda con la otra realidad de África. Me empeño en que salgan esas historias porque creo que es una manera de hacer justicia al continente, dar una imagen más próxima a esa otra realidad que es compleja, global y diversa.

-¿Cuál es esa otra imagen que quiere dar de África?

-No tengo una imagen preconcebida. Mi idea es hablar de la gente que no suele salir en los medios, trasladar la vida cotidiana. Eso me parece que es muy pedagógico. La realidad de África es muy desconocida en España. No parto de la idea vamos a hablar en positivo de África. De hecho, en el libro hay historias duras como, por ejemplo, lo que hay detrás de los conflictos y la pobreza. No se trata de poner el foco en lo positivo, sino en lo cotidiano.

-¿Cree que la prensa continúa trasladando una imagen pesimista de África?

-Yo creo que, en general, los medios de comunicación tienen tendencia a poner el foco en lo negativo, no sólo en África. El problema es que, si se da poca información de un territorio, al final, solamente trasciende lo negativo. La cuestión es hablar más y mejor de África. Pienso que la situación está cambiando hacia mejor. Se han abierto ventanas y hay una sensibilidad diferente con respecto a hace veinte años, que fue cuando me empecé a interesar por esto. Sí ha habido una evolución, pero el camino por recorrer es aún muy largo. Está el empeño de muchas personas, pero sigo sin detectar una voluntad política y de los grandes medios para incluir África en su agenda.

-¿Es complicado vender temas africanos a las redacciones de los medios?

-Sí. La consecuencia más directa de esa falta de voluntad de la que hablo es que, cuando los periodistas freelance estamos por allí y tratamos estos temas o se corresponden exactamente al estereotipo de lo que las redacciones o las mesas de edición quieren, o es complicado colocar un tema. Hay que ganarse la confianza de los editores, respetarte y, a partir de ahí, ir colocándolos.

-¿Se sigue mirando desde España a África mirándose con actitud paternalista?

-Sí, pero cada vez menos. Creo que va a ser más fácil romper esa mirada porque están surgiendo contactos a todos los niveles. En migración, por ejemplo, ha sido un antes y un después. El hecho de que haya ahora un montón de africanos en España, cuando hace apenas veinte años era difícil encontrarlos, ha ido generando vínculos personales. Hay asociaciones que están trabajando en África desde hace mucho tiempo y han sido las primeras en darse cuenta de que el concepto vamos a construir o ayudar en esto, sin tener en cuenta lo que necesitan realmente, ya no va a ningún lado. La propia cooperación pública ha cambiado su manera de trabajar. Cada vez más, hay un modelo que tiende hacia la cooperación bilateral, en la que todos ganan. Son relaciones que parten también de tener en cuenta su opinión.

-Los medios de comunicación han hecho que los lectores estén anestesiados con las noticias de emigración que informan del hundimiento de pateras o del drama de los refugiados. ¿Qué tenemos que hacer los periodistas para que esto no ocurra y, sobre todo, para que la sociedad se conciencie de por qué se emigra?

-Creo que en el abordaje informativo del tema migratorio hay dos problemas. El primero es que las migraciones han acabado por monopolizar la imagen que tenemos de África. Pensamos en el continente en función de las migraciones y eso es un problema porque la inmensa mayoría de los africanos y africanas no se van, se quedan y tratan de luchar y de  cambiar las cosas. La migración es un fenómeno más de los muchos que demuestran el cambio que se están dando en el continente africano. En segundo lugar, en España nos hemos quedado un poco en el recuento. Nos hemos quedado, sobre todo, en la imagen de la llegada, la de la valla, la patera o el barco cargado de personas en el Mediterráneo y hemos contado poco el antes y el después y no con la misma intensidad con la que contamos la llegada. Al final, la consecuencia de sólo contar la llegada es dar la impresión de que están llegando un montón. Así, se justifica el discurso de alarma.

“Entre las consecuencias del cambio climático está el aumento de la malnutrición severa, pero no es África la que lo está generando, sino los países industrializados”

-Se habla mucho en los últimos tiempos de la crisis climática, pero donde más se están viendo las consecuencias es en África. En una de las crónicas del libro ‘Al final de un camino de tierra’ se habla de ello. ¿Cómo afecta?

-Cuando hablas con los mayores, hay una percepción de que, sobre todo en la zona del Sahel, cada vez llueve menos y, cuando lo hace, es de manera irregular. En África, la irregularidad de las lluvias hace que ésta se dé en zonas muy concretas y en momentos del año que no son habituales, lo que provoca un descenso en la producción agrícola. Al descender, se produce un periodo de escasez, desde que acaban los réditos de la última cosecha hasta que empieza la siguiente. Antes era de dos o tres meses y ahora hay zonas donde es de ocho o nueve meses. En esos periodos, la población africana reduce las comidas de tres a dos o una al día, incluidos los niños. Aumenta la malnutrición aguda severa que puede generar daños en el desarrollo de los niños tanto físicos como mentales. Si esto se debe al cambio climático, ellos no lo están generando, quienes lo generan son los países industrializados y no los del Sur. La segunda repercusión es la erosión costera que se produce como consecuencia de la subida del nivel del mar y que ya es perceptible en muchas ciudades. En Saint Louis, en Senegal, hay 15.000 personas desplazadas por la erosión de la costa.

-De las 50 historias que aparecen en el libro, ¿cuál le ha marcado más?

-Mali es un país que me interesa especialmente. Cuando hablo de Tombuctú, me toca mucho el corazón. La primera vez que lo visité fue después de un bombardeo del ejército francés con los radicales islámicos. En una de las crónicas, aludo a la capacidad que tuvo Tombuctú de resistir frente al invasor. Tiene todo el peso de una ciudad que fue cuna del saber antiguo y aún hoy se ve ese poso en sus habitantes. También me marcó la historia de Diffa. Es un pueblo que está recibiendo ataques de Boko Haram desde hace años. Este es el grupo terrorista que más dolor y muertos ha provocado en el continente. Sin embargo, en Diffa hay solidaridad. Hay una ola de refugiados de Nigeria a Diffa y, sin embargo, allí no ves campos de refugiados. Los reciben en casa de familiares o amigos que les ceden gratuitamente el espacio y les ayudan con la economía, sin apoyo internacional. Es muy interesante ver que los que menos tienen son los que más dan.

-¿Qué quiere sugerir con el título del libro?

-Es una crónica del río Níger, que nace en las montañas de Guinea y atraviesa el desierto. El desierto es sinónimo de tierra hostil y el río, de vida y movimiento de personas. Es una corriente que desafía a la naturaleza del desierto y también es una metáfora de cómo la vida se abre paso en África. 

-Ha cubierto la epidemia del ébola, ¿cómo fue esa experiencia?

-Para mí lo más duro del ébola fue durante el verano de 2014. Estaba en Sierra Leona, cubriendo un drama con cientos de muertos. Recuerdo que en España se contagió una enfermera y todos los medios de comunicación activaron una alerta y entraron en el juego de la histeria. Yo, desde Sierra Leona, decía: “¡Eh! Aquí tengo ciudades con 1.500 muertos y nadie está poniendo atención”. Ahí estuvo el origen. Y es donde hay que atajar el fuego y no esperar a que llegue una chispa para que la gente sea consciente de lo que está pasando. Esa percepción de que sólo cuando un occidental se contagia el mundo reacciona fue lo más frustrante de todo.

-¿Cree que los periodistas y los medios de comunicación deben dar voz a partidos de ultraderecha que alientan mensajes xenófobos u homófobos?

-No me preocupa tanto que exista un partido como que le voten decenas de miles de personas. Es ahí donde hay que poner el foco, en la gente que le vota. A veces, hacernos eco de lo que dicen es destacar sus propias contradicciones. Yo creo que sí. Me cuesta pensar que en una democracia se oculta la realidad de un partido que, nos guste o no, ha sido votado por decenas de miles de personas. Eso es un síntoma de que algo está mal y lo que hay es que ir a lo que está mal.

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