PATRIMONIO

Las máquinas de moler gofio, abandonadas y condenadas a desaparecer

La doctora en Historia del Arte Amara Florido alerta de la situación de desidia en la que se encuentran estos elementos del patrimonio histórico industrial de Fuerteventura, tras la desaparición del gofio de la dieta insular

Máquina de Agustín Castro, en Pájara. Fotos: Carlos de Saá.
Eloy Vera 1 COMENTARIOS 11/01/2020 - 07:49

Los molinos de fuego o máquinas, como se les conoce en Fuerteventura, ayudaron durante décadas a paliar el hambre de los majoreros. La desaparición del gofio como base de la dieta isleña y el abandono del cultivo del cereal los relegó al olvido. En las últimas décadas, el interés patrimonial ha permitido recuperar los molinos de viento y molinas y dotarlos de herramientas de protección. En cambio, estas piezas del patrimonio industrial han acabado convertidas en basurero o expoliadas. Su estado es preocupante.

Los molinos de gofio llegaron a Fuerteventura a principios del siglo XX. Allá por los años 30 o 40, algunos empresarios locales decidieron apostar por este tipo de artilugios accionados por motor de combustión. La intención era dar respuesta al majorero cuando el viento desaparecía y las aspas de los molinos y molinas se frenaban en seco.

La doctora en Historia del Arte, Amara Florido, recorrió en 2011 Fuerteventura realizando un inventario del patrimonio histórico industrial por encargo del Gobierno de Canarias. En sus pateos por la Isla, encontró hornos de cal, aeromotores, tahonas, carpinterías, panaderías… y molinos de fuego o máquinas para moler gofio.

Llegó a inventariar cinco: la máquina de Agustín Castro, en Pájara; la de Juan Peñate, en Tiscamanita; la de Marcial Velázquez, en Gran Tarajal; la de Brito, en Vega de Río Palmas y la de Casto Martínez, en Tetir, la única que continúa en activo. Seguro que hubo más, pero nada se sabe de ellas a estas alturas.

La experta en arqueología industrial señala que estas industrias se concentran en los cascos urbanos, “sitios de fácil comunicación, lo que facilitaba el acceso a los vecinos que acudían con su grano ya tostado para conseguir el gofio recién molido”. Su aparición acabó condenando al abandono a las tahonas y molinos de gofio.

Amara Florido explica a Diario de Fuerteventura cómo estas máquinas, que adoptaban el nombre de su propietario: “la máquina de los Peñate, la máquina de los Castro... se caracterizan por tener estructuras típicas de molinas con sus dos piedras o el guardapolvos, pero con la diferencia de que eran accionadas por un motor de combustión”.

Desde Inglaterra

Los más antiguos eran, en su mayoría, motores diésel de fabricación inglesa. Los más comunes, Lister, National y Crossley. Se instalaban en inmuebles de una sola planta, construidos en mampostería con cubierta adintelada. En algunas de ellas llegó a haber un almacén y el despacho de venta al público, aunque no era lo más frecuente. Incluso, en la máquina de los Brito, en Vega de Río Palmas, había un motor Crossley, de 28 caballos, que accionaba también al pozo de agua anexo cuando no estaba moliendo.

Hasta estas instalaciones, explica la historiadora del arte, acudían los majoreros con el trigo y el millo, sobre todo millo, tostado en casa para molerlo en la máquina. Los molineros “se quedaban con una parte de la molienda y el resto era para el cliente”, señala. Los propietarios de estas máquinas solían tener cierto poder económico, el suficiente para poder adquirir el motor y el resto de piezas.

Amara Florido ha publicado recientemente el libro Patrimonio Histórico Industrial de Fuerteventura. En él explica cómo estas máquinas siguieron prestando su servicio hasta que “el progresivo abandono del cultivo de cereales, unido a la disminución de la demanda y consumo de este producto y la ausencia de relevo generacional de las empresas, las condenó al cierre y abandono”.

Durante su trabajo en Fuerteventura en 2011, descubrió cómo la mayoría de estas máquinas se encontraban en un estado muy preocupante. Florido apunta cómo “a diferencia de los molinos de viento que están muy a la vista, estas construcciones pasan más desapercibidas. Eso ha hecho que no hayan tenido la atención que se les dio al resto de los molinos y molinas que han sido restaurados y declarados Bien de Interés Cultural (BIC)” y que hoy estas máquinas se encuentren en un estado de conservación “bastante desolador”, dice.


Detalle del motor de la máquina de Agustín Castro.

Los majoreros llevaban el trigo y el millo para moler y los molineros se quedaban con una parte de la producción 

En 2019, Florido regresó a Fuerteventura para actualizar los datos del inventario y vio cómo, lejos de haber sido recuperadas por parte de sus propietarios o de las instituciones, su estado de abandono ha ido en aumento. Lamenta que algunas corran el peligro de desaparecer o que la de Gran Tarajal esté siendo “víctima del expolio y se haya convertido casi en un basurero”. Otras, apunta la experta, tienen posibilidades de recuperarse, como la de Vega de Río Palmas o la máquina de los Castro, en Pájara. Desgraciadamente, lamenta la historiadora, “son piezas del patrimonio industrial totalmente desvaloradas y desconocidas. Mucha gente, incluso del propio municipio en el que se encuentran, no sabe que existen”.

Esta experta en patrimonio industrial cree que las administraciones, tanto Cabildo como ayuntamientos, “deben tomar conciencia de la importancia social e histórica que tuvieron estos molinos”. “No sólo hay que hablar de molinos de viento, pues este tipo de molinos también sacó del hambre a mucha gente. Es un tipo de bienes que también tuvo su importancia histórica”, añade.

Con la modificación de la Ley de Patrimonio Histórico en 2019, que ahora se llama Ley de Patrimonio Cultural, el patrimonio industrial aparece como una figura de protección. “Ahora hablamos de un patrimonio que hay que conservar. Por tanto, se deben tomar medidas para que lo que quede no se termine de perder. Eso ya sería un paso importante”, comenta la investigadora.

La máquina de Casto Martínez, en Tetir, es un ejemplo de esperanza y de modelo a seguir. Fundada en 1948 por Jaime Napoleón Martínez Soto, ingeniero naval de profesión, permaneció abierta treinta años hasta que la competencia insalvable de las grandes industrias y los productos envasados obligó a sus propietarios a echar el cierre.

En 2016 fue rehabilitada para albergar el Museo Activo del Gofio. Sus dependencias albergan una sala de exposición sobre la historia de este producto. Además, se han instalado dos molinos, una tostadora original, sala de envasado y cernido. En ella, se muele y hay venta directa de gofio.

EL PATRIMONIO INDUSTRIAL MAJORERO, EN LA UCI

Amara Florido lleva desde 2009 con un proyecto del Gobierno autónomo inventariando el patrimonio industrial de Canarias. Ya ha realizado los inventarios de Gran Canaria, Tenerife y Fuerteventura. En esta última isla ha visto cómo se han realizado proyectos interesantes, como la recuperación de los hornos de cal del barrio de El Charco o la habilitación de partidas económicas para restaurar aeromotores, los conocidos como molinos de Chicago. Sin embargo, la mayoría del patrimonio industrial majorero vive en un estado de conservación “preocupante” y en peligro de desaparecer.

Florido reconoce que se trata de un patrimonio “muy frágil, tanto el inmueble como el mueble, es decir, tanto las construcciones como la maquinaria y las herramientas”. Queda mucho por rescatar: herrerías, carpinterías, zapaterías, panaderías y otros elementos que se están perdiendo y que también forman parte del legado patrimonial de Fuerteventura.

Comentarios

El patrimonio cultural más descuidado a la vista en Fuerteventura son las casas de piedra. Desde su capital sin casco histórico comienza el descuido, sin garantizar su conservación. No se ha visto una labor de conservación, investigación y restauración con fundamento. Tampoco una labor que difunda estos valores y motive una implicación social del majorero. Podría ser hasta un potencial turístico beneficioso para la isla, muy identitario de Fuerteventura.

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