1 COMENTARIOS 10/04/2018 - 07:42


Queja simbólica con el envío de piedras de la playa de El Castillo.

Fuerteventura es una Isla que se queja poco. Y quienes se atreven a alzar la voz no suelen encontrar respuestas en los que, acomodados en las instituciones públicas, son los teóricos encargados de buscar las soluciones. Se evidencia así en el último informe del Diputado del Común, ese buzón de reclamaciones autonómico, retiro dorado para ilustres a los que ya se les pasó el arroz en política. Apenas 128 quejas en el último año partieron de Fuerteventura, setenta y pico menos que de La Palma, a pesar de que tiene 29.000 habitantes menos que la Maxorata. Es solo un dato, pero ilustrativo. Es cierto que la confianza de los ciudadanos en el ‘Defensor del Pueblo’ de Canarias, una suerte de cementerio de elefantes, es también mínima, pero muestra una tendencia hacia el desencanto.

El clima de desilusión se produce tiempo después de que la sociedad insular, harta de tragar, explote. Una pequeña chispa puede ser el detonante. Sucedió con la mayor reivindicación de la Isla en los últimos años: acabar con las carencias en la Sanidad pública. La falta de un especialista provocó las primeras protestas, que empezaron a crecer y pusieron sobre la mesa un amplio inventario de deficiencias. La manifestación de septiembre de 2016 fue el punto álgido del hartazgo. A los cargos públicos de todos los partidos no les quedó otra opción que sumarse a la ola, tomar nota y lanzar una larga lista de promesas.

En The Good Wife, Eli Gold, el intrigante asesor del gobernador de Chicago, resume la ecuación: “(sí) + (tiempo) = no”. Cuando el ciudadano está convencido de que el problema se solucionará porque está en manos de los políticos, se desmoviliza, y más tarde, una vez que comprueba que pasan los meses (e incluso los años) y que nada cambia, se frustra y se desilusiona.

Basta con hacer memoria de asuntos cercanos, que de forma rutinaria y periódica aparecen en los titulares: el traslado de la central eléctrica de Puerto del Rosario, la ejecución de los tramos más saturados del Eje Norte a Sur de carreteras, el impulso económico a Gran Tarajal y a su zona portuaria, la ampliación del Hospital y de los centros de salud. Seguro que les suenan.

Los tiempos en el espacio público se amoldan a los ciclos electorales, a ese periodo de cuatro años hasta que se vuelven a poner las urnas para que los ciudadanos decidan (o al menos crean que lo hacen, como sostienen los críticos con el sistema). En breve comienza el último año del mandato y arrancarán los movimientos, las estrategias, los balances, las puñaladas por una buena posición en las listas electorales y, de nuevo, las promesas.

Cuando el ciudadano está convencido de que el problema se solucionará porque está en manos de los políticos, se desmoviliza, y más tarde se frustra y se desilusiona

Es la época de los fichajes, como si del mercado estival de fútbol se tratara. Las siglas más abandonadas y apetecibles ahora mismo en Fuerteventura son las de Ciudadanos, huérfanas de recursos humanos mientras en el conjunto del Estado las encuestas más recientes apuntan a que puede convertirse en la primera fuerza. En los mentideros se ha especulado durante meses con que recalase la expresidenta del PP, Águeda Montelongo, que tendría antes que dimitir del Parlamento y del Cabildo, y que se produzca un trasvase de descontentos con la Coalición Canaria de Mario Cabrera. Algunas incorporaciones ya están en marcha.

Es la época también en la que personas con acreditada labor social llegan a la conclusión de que deben dar el paso y sentarse en la mesa donde se toman las decisiones. Ocurre con los vecinos del barrio de El Charco. No es descabellado: sacar un concejal en la capital cotiza a poco más de 700 votos. Y un consejero en el Cabildo ronda las 2.000 papeletas.

El terreno es propicio para las novedades: la compleja bicefalia en el Cabildo de Fuerteventura, la falta de un liderazgo insular claro y efectivo que haya sido capaz de incorporar las demandas de la Isla a la ‘agenda’ de los gobiernos canario y central, la bisoñez de algún alcalde o el desgaste de algún otro abren el campo de las posibilidades. Se irá viendo dentro de poco. Enseguida entraremos en el año de las promesas.

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El de rojo se comió la mitad de las piedras

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